sábado, 24 de octubre de 2009

Intento de historia dramática:


Llevaba unos cuantos meses sin cruzar el umbral de mi ahora solitaria casa, pero me armé de valor al fin y el veintinueve de noviembre decidí atravesar esa metafórica barrera que antaño se me hacía un muro de hormigón y que ahora se me presentaba como una ventana abierta de par en par. Al cruzarlo, inhalé al fin ese aire que tanto anhelaba pero que la aflicción me impedía disfrutar. Cada hálito me hacía sentir más vivo y libre y, aunque sabía que mi objetivo quedaba lejos a pie, deseaba caminar, deseaba sentir el refrescante aire en mi rostro y tenía la esperanza de que cada bocanada de éste sirviera de elixir también para mi acongojada alma. Mi mente permaneció en blanco durante los incontables pasos que me condujeron hacia el lugar al que, antes de este arrebato de valentía, temía dirigirme.
- Así que es aquí donde las flores marcan el paso del tiempo… - Me dije
Nunca antes había estado en uno. Debo reconocer que mi primera sensación fue de tranquilidad absoluta. Y envuelto en esa placidez, me topé con ellas. Las dos se situaban desafiantes frente a mí, justo como mis peores pesadillas me habían avanzado. Pero, lejos de regresar a la cobardía que durante tantos meses se había apoderado de mí, cerré los ojos con la intención de recordar las páginas más interesantes del diario de una de ellas, de las dos personas más importantes de mi vida.

28 de agosto de 1990. He visto el milagro de la vida con mis propios ojos. La verdad es que por la mañana parecía que iba a ser un día normal y corriente. Me ha despertado una llamada de madrugada preguntando por no sé quién equivocadamente. Cuando se duerme con los nervios a flor de piel, tonterías como esa te enervan a máximo. Supongo que es normal estar nervioso cuando mi mujer está en el hospital esperando nuestro primer hijo. He salido de casa a las cinco y media de la mañana como cada día. Pero mi jornada no ha durado ocho horas hoy. A las doce, el portero de mi fábrica ha venido nervioso hacia mí y me ha dicho que me fuera rápidamente hacia el hospital, que iba a ser padre. Al llegar allí, y después de una larga espera, me han dejado pasar a ver el parto. He podido mirar a mi mujer en todo momento, y he visto el milagro de la vida de cerca. Su llanto me ha contagiado y no he podido evitar que mis ojos mostraran lágrimas de alegría. Nunca olvidaré este día.

1 de agosto de 2009. La vida me sonríe. Y no porque a mi me vaya extremadamente bien, yo sigo trabajando en el mismo lugar desde hace más de treinta años, sino porque a mi hijo le va estupendamente, y eso me hace feliz. Hace poco más de un mes consiguió entrar a la facultad que quería, y sus lágrimas volvieron a contagiarme, como el día de su nacimiento, aunque esta vez ambos llorábamos de alegría, igual que mi mujer. Es increíble, hasta ahora he llorado solo tres veces de felicidad, y las tres han sido gracias a mi chico. La tercera ha sido hoy mismo, cuando con su primer sueldo nos ha regalado un viaje a Escocia. A mí no me hace mucha gracia viajar en avión, pero soy incapaz de rechazarle el regalo y, además, dicen que es el medio de transporte más seguro del mundo, ¿Qué puede pasar? Espero disfrutar mucho del viaje, y también espero que no destroce demasiado la casa en nuestra ausencia. Por fin acabo este diario, así que, ¡Estreno diario para explicar el viaje!

Mi sosegada sensación inicial fue evolucionando hacia el nerviosismo y posteriormente hasta el llanto desconsolado al acabar de rememorar las últimas palabras de mi padre. Era incapaz de digerir el sentimiento de culpabilidad, así que aproveche la altura del cementerio y, después de echarle un último vistazo a las dos inertes tumbas, me acerqué al más alto abismo y di un paso hacia delante, sintiendo la libertad efímera de la caída libre…

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