lunes, 15 de diciembre de 2014

Gracias por nada.



Gracias por nada. 

Deja que me explique. "Nada" es actuar con naturalidad, sin esforzarte y conseguir, con tan poco, hacerme sonreir. "Nada" es sonreirme de manera sincera. "Nada" es hablar despreocupadamente sobre todo y sobre nada como si hubieramos sido amigos toda la vida. "Nada" es crear un secreto solo nuestro, . "Nada" es hablar hasta que las palabras, entre caricias, devienen bostezos y los bostezos sueños. "Nada" es conseguir que olvide mis pesadillas y mis miedos. "Nada" es apoyar tu cabeza en mi hombro sin que ésta me pese. "Nada" es hacerme perder la noción del peor de mis miedos, el tiempo. "Nada" es haberme descubierto ya tu parte más dulce, la más apasionada y la más oscura. "Nada" es dejarme conocer tu pasado mediante la poesía. "Nada" es conseguir extraer gotas de ilusión de un ser al que ni exprimiendose era capaz de encontrar un ápice de ella. "Nada" es darme un abrazo que haga olvidar mi alrededor por un segundo. "Nada" es divertirme cuando delante de nosotros hay imágenes que deberían aterrorizarnos. "Nada" es pararme los pies cuando voy a dar un paso rápido que puede ser en falso. "Nada" es mentirme descaradamente con voz inocente y ojos sonrientes aun sabiendo que no voy a creerte. "Nada" es todo. 

Gracias por nada.


jueves, 4 de diciembre de 2014

"Borregos" o "Cómo ser uno más"


 
Es bueno planificar las cosas. Creo que lo mejor para nuestra vida es tender un papel imaginario y escribir con tinta indeleble todo lo que queremos hacer antes de que nos visite un señor con una guadaña. De hecho, cuando todavía no tenemos capacidad para hacer de nuestra vida un proyecto acotado al máximo, hay otras personas que lo hacen por nosotros: aquellos que nos trajeron al mundo. Ellos se encargan de idearnos un plan perfecto, un plan que se parezca al de la mayoría, como es lógico, ya que la mayoría siempre tiene la razón, indiscutiblemente.

  Cuando, allá por nuestro quince, dieciséis o diecisiete cumpleaños, nosotros nos consideramos maduros, ellos dicen la cosa más lógica del mundo: “cuando tengas dieciocho, haz lo que quieras”. Totalmente entendible, la ley de mayoría de edad nos indica la edad en que gran parte de la población madura. Es un chip que tenemos en la mente que, a las doce de ese día tan especial en que siempre nos hacen las típicas bromas relacionadas con votar, ir a la cárcel o a obtener sexo a cambio de dinero, se activa. Ahí sí, somos maduros. Ahora ya sí. Totalmente lógico.

   En ese momento ya nadie decide por nosotros. Es el momento de tomar nuestras decisiones. Por supuesto, no tomaremos nuestras decisiones teniendo en cuenta nuestra propia opinión (¡jamás!). Tendremos siempre en cuenta al quórum mayor. De esta manera, si una gran pluralidad, por ejemplos, es amante del deporte rey, hace el amor a los diecisiete, es feliz solo si va a la universidad, es de izquierdas, cree en dios, gasta atados de billetes en ropa de nueva temporada, es racista, desconfía de todo lo que no sean sus ideales, odia escribir y se aburre leyendo, disfruta humillando a otra persona, miente por ley, es infiel por naturaleza, goza con la violencia, prefiere el diálogo de la agresión, conduce con un índice de alcoholemia más alto que la última nota del último examen de conciencia que realizó (aunque no sea muy difícil), prefiere aparentar antes que ser, y un casi infinito etcétera, esa gran pluralidad tendrá siempre razón, y tendremos que organizar nuestra vida al milímetro centrándonos en esa masa mayoritaria. Porque es así. Porque solo así se puede ser feliz. Es preferible llevarse bien con la masa que sentirse bien con uno mismo. Abramos el contenedor de los ideales propios, llenémoslo y tirémoslo al océano más profundo. Aquí lo que cuenta es tener una opinión semejante al conjunto más grande. Así que, olvidémonos de soñar, y ciñámonos a nuestro plan escrito en el papel imaginario. Lo mejor es tenerlo todo planificado.

   Si al leer los párrafos anteriores estás asintiendo con la cabeza, lo mejor que puedes hacer es irte a tu habitación y pudrirte tapado con tus sábanas cargadas de conformismo enfermizo. Yo, mientras tanto, intentaré forjar mi propia vida, que espero que esté cargada de sueños por los que luchar, de secretos y situaciones que solo yo conozca, de inquietudes y de improvisación. Porque nosotros no hemos elegido nacer y tampoco nos han facilitado ni teléfono, ni dirección, ni correo electrónico ni buzón de sugerencias para pedir al señor de la guadaña que se retrase un poco al final. Porque todos somos únicos. Porque todos soñamos distinto. ¡Vivamos desmasificados el período entre el amanecer y el ocaso de nuestra vida!