Es
bueno planificar las cosas. Creo que lo mejor para nuestra vida es tender un
papel imaginario y escribir con tinta indeleble todo lo que queremos hacer
antes de que nos visite un señor con una guadaña. De hecho, cuando todavía no
tenemos capacidad para hacer de nuestra vida un proyecto acotado al máximo, hay
otras personas que lo hacen por nosotros: aquellos que nos trajeron al mundo.
Ellos se encargan de idearnos un plan perfecto, un plan que se parezca al de la
mayoría, como es lógico, ya que la mayoría siempre tiene la razón,
indiscutiblemente.
Cuando, allá por nuestro quince, dieciséis o
diecisiete cumpleaños, nosotros nos consideramos maduros, ellos dicen la cosa
más lógica del mundo: “cuando tengas
dieciocho, haz lo que quieras”. Totalmente entendible, la ley de mayoría de
edad nos indica la edad en que gran parte de la población madura. Es un chip
que tenemos en la mente que, a las doce de ese día tan especial en que siempre
nos hacen las típicas bromas relacionadas con votar, ir a la cárcel o a obtener
sexo a cambio de dinero, se activa. Ahí sí, somos maduros. Ahora ya sí.
Totalmente lógico.
En ese momento ya nadie decide por nosotros.
Es el momento de tomar nuestras decisiones. Por supuesto, no tomaremos nuestras
decisiones teniendo en cuenta nuestra propia opinión (¡jamás!). Tendremos
siempre en cuenta al quórum mayor. De esta manera, si una gran pluralidad, por
ejemplos, es amante del deporte rey, hace el amor a los diecisiete, es feliz
solo si va a la universidad, es de izquierdas, cree en dios, gasta atados de
billetes en ropa de nueva temporada, es racista, desconfía de todo lo que no
sean sus ideales, odia escribir y se aburre leyendo, disfruta humillando a otra
persona, miente por ley, es infiel por naturaleza, goza con la violencia,
prefiere el diálogo de la agresión, conduce con un índice de alcoholemia más
alto que la última nota del último examen de conciencia que realizó (aunque no
sea muy difícil), prefiere aparentar antes que ser, y un casi infinito etcétera,
esa gran pluralidad tendrá siempre razón, y tendremos que organizar nuestra
vida al milímetro centrándonos en esa masa mayoritaria. Porque es así. Porque
solo así se puede ser feliz. Es preferible llevarse bien con la masa que
sentirse bien con uno mismo. Abramos el contenedor de los ideales propios,
llenémoslo y tirémoslo al océano más profundo. Aquí lo que cuenta es tener una
opinión semejante al conjunto más grande. Así que, olvidémonos de soñar, y
ciñámonos a nuestro plan escrito en el papel imaginario. Lo mejor es tenerlo
todo planificado.
Si al leer los párrafos anteriores estás
asintiendo con la cabeza, lo mejor que puedes hacer es irte a tu habitación y
pudrirte tapado con tus sábanas cargadas de conformismo enfermizo. Yo, mientras
tanto, intentaré forjar mi propia vida, que espero que esté cargada de sueños
por los que luchar, de secretos y situaciones que solo yo conozca, de
inquietudes y de improvisación. Porque nosotros no hemos elegido nacer y
tampoco nos han facilitado ni teléfono, ni dirección, ni correo electrónico ni
buzón de sugerencias para pedir al señor de la guadaña que se retrase un poco
al final. Porque todos somos únicos. Porque todos soñamos distinto. ¡Vivamos
desmasificados el período entre el amanecer y el ocaso de nuestra vida!
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